“¿¡Así que fuiste tú!?”, me preguntó
con fingido disgusto mi ahora buen amigo Peter. Ahora pasábamos largas horas
charlando, a veces hasta altas horas de la madrugada, compartíamos el humor y
las cervezas, y yo había llegado a la conclusión de que todo lo que tenía de
feo lo tenía de divertido. Suele ser una ley universal, pero lo que no
imaginaba es que la fealdad y la gracia eran directamente proporcionales…