Nuevamente abandonaba El Calafate, pero esta vez
me aseguré de no tener que volver a Río Gallegos. En cierta manera me sentía
atrapada en el sur, como si alguna extraña fuerza no me dejara alejarme de ese remoto
triángulo en el mundo. Había decidido pasar un par de días en la costa antes de
adentrarme hacia la cordillera, por lo que pedí consejo a la joven que vendía
los billetes de bus. Me recomendó Puerto San Julián… Cuando lo recuerdo, aún me
dan ganas de volver a El Calafate, solo para abofetearla.