Tenía pocos años cuando empecé a soñar con
visitar Ushuaia algún día. Escuché ese nombre una vez y fue suficiente para no
olvidarlo nunca más. “Ushuaia” era el nombre de un programa de televisión sobre
deporte de aventura que transmitían los domingos por la tarde y que me gustaba mirar con mi hermano. Ushuaia, como
todas las guías de turismo nos cuentan, en lengua yámana significa “bahía
mirando a poniente”.
Es difícil visitar un lugar con el que se ha
soñado largo tiempo y no sentirse decepcionada. Sin embargo, no solo no me
sentí decepcionada, sino que rebasó mis expectativas ampliamente. El mar y la
montaña, la naturaleza, sus bosques, su personalidad… todo te envuelve. El fin
del mundo, más allá no hay nada, y nos los recuerdan a cada tres pasos. Estás
en el fin del mundo y no lo puedes olvidar: “Bienvenido al fin del mundo”,
“Postales del fin del mundo”, “Artesanías del fin del mundo”… Mucha es la gente
que un día llega a Ushuaia y se enamora, hasta el punto de no querer irse y
terminar instalándose en el fin del mundo, allá donde solo llegan aquellos que
realmente desean llegar.
Rubén tiene una revista de clasificados y ya ha
pasado los 45 años: “Llegué a Ushuaia hace 25 años con una mochila al hombro,
con la idea de recorrer Argentina. Pero me enamoré y nunca más salí de isla, no
volví a pisar el continente”, me comenta mientras contempla las montañas con un amor
en los ojos que solamente los amantes de la montaña pueden entender. Historias
como esta, muchas. Gente buscando un lugar en el mundo y que encuentra en
Ushuaia lo que estaba buscando, también mucha.
No puedo hablar de todo aquello que fácilmente
se encuentra en las guías porque, al fin y al cabo, esto no es una guía. Cualquiera
puede consultar una para leer acerca del Parque Nacional y la navegación por el
Beagle, pero no dejes de hacer esa navegación porque, como me dijo una gran
amiga, hay que hacerse amigo de los pingüinos. Al ver los cruceros que iban a
la Antártida me moría de envidia… está bien, por lo menos llegué al faro Les
Eclaireurs y a la Isla de los Lobos. Cuando llegué a la pingüinera, ya no
sentía mis manos (literalmente). ¡Mira que olvidarme los guantes con “Ese fuerte
viento que sopla”! El viento me mordía la cara, así que para el regreso decidí
ir dentro del catamarán. Las dos horas de regreso fueron suficientes para devolver
la sangre a mis manos.
Después de navegar, se podría pensar que nada te
va a impresionar más, pero encontré que el paseo a la Laguna Esmeralda resultó
en el fondo mucho más gratificante. El Valle de los Lobos es un criadero de
perros de trineo que está a 25 km de Ushuaia; es la entrada a uno de los paseos
más hermosos que hice en mucho tiempo. Bosque, turba, más bosque y más turba,
hasta llegar a una laguna de montaña que aparece repentinamente ante nosotros
después de poco más de hora y media de caminata (apta hasta para los más
vagos). Si no hubiese estado nevando, quizá hasta habría mojado los pies en la
fría agua de deshielo. Después de un descanso y unos reconfortantes mates,
emprendimos el descenso.
Al décimo día me desperté y supe que había
llegado el momento de moverme… si no, me iba a pasar como a Rubén.
Ana Harding
Está muy buena tu forma de contar. Nos acerca a tu viaje y nos permite compartir esto tan bueno que te está pasando. Mostrás que no importa cuántas veces se habló de algo, sino que lo importante es qué se dice.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Adriana! No pretendo ser una guía de viaje para nadie, ya hay muchas. Solo escribo mis impresiones. Me alegra que te guste (¡ya sabes lo que me cuesta escribir!).
Eliminar¡Un abrazo!