viernes, 23 de marzo de 2012

El Perito Moreno: el hielo que da calor…


No dejaba de preguntarme qué tendría un pedazo de hielo (por muy grande que fuera) para que todo el mundo repitiese la misma sentencia: “¡¡Fue lo mejor que vi en el sur!!”. Así, con doble exclamación. Todo aquel a quien preguntaba si realmente merecía la pena ir hasta El Calafate solo para ver… un gran pedazo de hielo, me repetía lo mismo: “Sí, tienes que ir”. “Okay, iré entonces”. Siempre intento no ver fotos de los lugares que voy a visitar, ya que, según mi experiencia, crearse expectativas acerca de algo termina irremediablemente en decepción. Sin embargo, es imposible llegar a El Calafate sin haber visto una foto del Perito Moreno al menos una vez en la vida.


Aparte del Parque Nacional, no hay mucho más que ver en El Calafate. Puedo decir que tiene su encanto caminar por sus calles y que, por supuesto, hay que ir a pasar una tarde a la laguna. El agua ejerce un poderoso atractivo sobre mí, si está cerca, debo ir.

El día que iba a ir al glaciar amaneció nublado, muy nublado. Subí al bus y me dispuse a dar un paseíto hasta el parque. Después de la obligada parada para los tickets (eterna, como siempre), recién empecé a prestar atención. Seguimos por la carretera hasta que después de una curva, allí estaba, majestuoso, el “pedazo de hielo”. La gente se removió en sus asientos y se escuchó elevarse una exclamación: “¡WOW!”, pero todos ellos ya habían dejado de existir para mí. Allí solo había hielo; solo estábamos el Perito y yo. Inmediatamente me di cuenta de mi falta de respeto: se me cerró la garganta y noté que las lágrimas querían llegar a mis ojos. Pestañeé un par de veces… Solo recuerdo dos ocasiones en el pasado en que me había sucedido lo mismo: ante la Alhambra de Granada y en la Garganta del Diablo en Cataratas de Iguazú.

Si verlo por primera vez resulta abrumador, estar cerca es una experiencia indescriptible: el hielo da calor. Sí, calor al alma, un calor que solo se puede sentir ante las grandezas que nos brinda el planeta, cuando los ojos se llenan de la belleza que siempre estuvo allí. No puedo evitar preguntarme a cuánta gente habrá visto el Perito, cuántos hemos sido los que nos hemos acercado y, en algún momento, al contemplar su grandeza, hemos comprendido lo pequeños que somos.
Trozos de hielo se desprendían y con cada estruendo, con cada caída, pensaba que el glaciar hablaba. Intenté comprender su lenguaje, pero se trataba de un idioma demasiado antiguo, un idioma fuera de mi alcance. ¿Se lamentaba o se sentía aliviado? Un nuevo trozo caía y, con cada nuevo estruendo, algo se estremecía dentro de mí… Se abrió el cielo antes de que me fuera, allí estaba y se mostraba, enorme, imponente… el hielo azul que calienta el alma.



Días después tendría la oportunidad de volver. Sin embargo, no lo haría: no iba volver a sentir y compartir la abrumadora y única experiencia de ver el Perito Moreno por primera vez…

Ana Harding

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