He vivido tanto tiempo en esta ciudad que quizá, antes de emprender rumbo, haya llegado el momento de amigarme con ella. Una cosa es vivir en Buenos Aires, con su estrés, la locura de las calles, tanto ruido, tanta gente, el transporte público, una hora (por lo menos) para desplazarte a cualquier parte... Y otra cosa muy distinta es disfrutarla como turista. Recuerdo la primera vez que la vi desde el Río de Plata, tan majestuosa. Tiene algo mágico llegar a Buenos Aires en el buque, ya sea al amanecer o cuando ya ha caído la noche, no es lo mismo que llegar en avión o en autobús. Quiero ser de esa gente que de turista en la capital ha sabido vagar...
Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011, y la Torre de Babel de Minujín aquí. Aunque ya estuve en la Plaza San Martín este fin de semana pasado, voy a tener que volver, por dos razones: aún no se había inaugurado y no llevé cámara... Voy a tener que acostumbrarme a llevar encima la cámara mientras me amigo con Buenos Aires y alcanzo la paz necesaria para irme y recordarla con el cariño que se merece. No creo que sea difícil, no soy rencorosa y tengo que reconocer que, si bien nunca quise vivir aquí, me ha dado cosas maravillosas. Hay cosas que nunca se me hubieran ocurrido, que solo fueron posibles por estar aquí, y una de ellas es precisamente mi trabajo, el cual ahora me va a permitir acometer esta nueva etapa.
La vida es extraña... tanto tiempo ansiando asentarme en algún lugar, y ahora me doy cuenta de que, realmente, cuando mejor me siento es cuando estoy pensando en moverme o cuando me encuentro en movimiento. Definitivamente, no tengo que luchar más contra mi naturaleza móvil...
Estaciones, aeropuertos, trenes, autobuses, aviones... lugares mágicos. La tristeza de las despedidas y el júbilo de los reencuentros solo son posibles ahí, en esos lugares tan impersonales en los que todo alrededor se difumina y lo único que cuenta es el cuerpo que estás abrazando. Ahora que me he reencontrado, quizá haya llegado la hora de otros reencuentros...
Ana Harding
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