jueves, 2 de agosto de 2012

Las fragancias de mis recuerdos



Tengo una cajita con bandas de cartón, esas bandas de cartón que te dan en las puertas de las perfumerías para que puedas oler la nueva fragancia de quien sea. Pero mis bandas conservan los aromas que me retrotraen a ciertos momentos de mi vida, son las fragancias de mis recuerdos. Mucho más que cualquier imagen, que cualquier canción, los olores tienen el poder de meterme en un túnel del tiempo. A veces, cuando lo necesito, abro mi cajita y busco alguna banda en concreto, busco un recuerdo, en la necesidad de no olvidar… Otras veces, olisqueo al azar y dejo que mi mente vague por mi pasado, saltando entre recuerdos inconexos.




Cierro los ojos y olfateo una banda: olor a salitre… Y de repente estoy en el puerto de Donostia. Las mujeres de los arrantzales, sentadas en el piso en corro, cosen las redes mientras conversan en euskera alegremente. Mueven ágilmente las manos, remendando las redes que tantas veces han recorrido el Cantábrico; son las guardianas de la pesca tradicional. Más allá hay una mujer vendiendo karrakelas…


Mis dedos recorren las bandas y tomo otra al azar: huele a lavanda. En una fracción de segundo viajo a El Calafate. El aire está impregnado de olor a lavanda, la veo en cada esquina, no se puede escapar. Siento el viento frío en la cara y me reconforta. Respiro profundamente, el aire puro llena mis pulmones. La madera combina con la lavanda y me da la sensación de haberme metido dentro de las páginas de un cuento. Se respira paz, mucha paz…

Sigo dejando que los recuerdos vengan a mis dedos, escojo otra banda: huele a leña ardiendo. Es domingo y estoy paseando por las calles de Montevideo. Los pibes juegan al fútbol en la vereda y, en algún lugar, alguien quema madera de eucalipto para el asado del domingo. Me esperan, en algún otro lugar, también con un asado. No he avisado que voy, ni siquiera saben que estoy en Montevideo, pero siempre me esperan, y los domingos… siempre hay asado.

Sigo persiguiendo mis recuerdos: esta banda huele a jazmín. Ahora me encuentro en Buenos Aires, es de noche y camino por Belgrano. El frío ya terminó, todos los jazmines han florecido y el aroma es embriagador. Es la hora en que los perros pasean a sus amos… quisieran darles una vuelta más larga, pero los amos se resisten y solo quieren dar la vuelta a la manzana y no se detienen a apreciar el olor a jazmín, posiblemente ni siquiera lo han notado…

Una nueva banda me trae el olor de su piel. Permanezco con los ojos cerrados y de repente pierdo la noción y no sé dónde estoy… Solo sé que me siento bien, demasiado bien.

Ana Harding

1 comentario:

Comenta... o el pobre gato pagará las consecuencias.